El anillo del rey


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Un día el rey mandó hacer un anillo de finos y caros diamantes. En ese anillo debería grabarse un mensaje casi mágico, que lo sacara de las situaciones más difíciles. Convocó a los consejeros y sabios de Palacio para que escribieran ese mensaje. Como tenía que ser breve, aquellos sabiondos, acostumbrados a largos discursos y extensos escritos, no pudieron encontrar las palabras precisas que convencieran al rey.

¿A quién acudiré?, pensó el rey. Y comentó el asunto con  un hombre que se había hecho viejo en el servicio a la Corte, precisamente en el cuidado del príncipe que ahora ocupaba el trono de rey. Aquel hombre comentó al rey que en cierta ocasión, hace muchos años, estuvo de visita en Palacio, un místico cuya devoción y piedad lo habían hecho sabio. Por órdenes del rey, él estuvo a cargo de atender al visitante. Cuando éste se marchó quiso dejar un regalo para el rey. En un papel escribió tres palabras. Dile al rey que las ponga en su anillo y las reserve para momentos sumamente complicados.

Con el tiempo, el reino se vio envuelto en una serie de guerras con reinos vecinos. Y el rey enfrentó duras batallas. En una de ellas, su ejército fue destrozado, sus oficiales quedaron dispersos y él se encontró en medio de enemigos. Al huir se internó en el bosque y los soldados rivales le iban pisando los talones. Llegó el momento en que se le acabó el camino y frente sólo estaba el barranco. Detuvo su galope y los cascos de los caballos perseguidores cada vez se oían más cerca. ¿Qué hacer? Lo mismo era seguir de frente que retroceder: la muerte lo esperaba en los dos casos. En ese instante se acordó de las palabras grabadas en su anillo. Eran tres letras: "Esto también pasará". ¿Qué quería decir eso? Era un mensaje extraño. Pensó un poco, al fin que era lo único que podía hacer sin riesgo. Claro que esto también pasará: o  me desbarranco o me matan. Mientras estaba hundido en sus pensamientos, su desesperación fue disminuyendo. Se empezó a sentir tranquilo y en paz. Al mismo tiempo, dejaron de oírse los caballos de sus perseguidores. Los había perdido. 

El rey agrupa a sus oficiales, reorganiza su ejército y gana todas las batallas. Regresa triunfante. Lo esperan con señales de fiesta. El pueblo lo aclama. Banquetes, música, palabras de alabanza. Todo para reconocer la grandeza del monarca. Se acerca al rey su fiel criado y le dice al oído: Señor, vea su anillo. El rey responde extrañado: ¿Por qué? Ahora estoy en la gloria. No es momento de apuros. Sino todo lo contrario. El servidor le replica: Señor, el hombre que dejó aquellas palabras me contó que el anillo también es para verse en ocasiones de fortuna. Así como el día deja su lugar a la noche, y la noche se convierte en día, las alegrías pasan y llegan los sufrimientos. Nada es eterno. En el dolor aprendemos fortaleza y resignación; en el éxito se aprende humildad. Porque nada dura siempre.

El rey comprendió la razón de las palabras grabadas en su anillo: "Esto también pasará". El elogio, el éxito, la buena suerte, también pasarán. Todo pasa. La vida es un continuo ir y venir del dolor a la alegría, del éxito al fracaso, de la salud a la enfermedad. Al comprender, el rey  volvió a sentir la paz y el sosiego de cuando estaba  consolado a la orilla del barranco.

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