El chelista de Sarajevo
Yugoslavia fue un solo país hasta 1991. En ese año se inicia una terrible guerra civil, que ocasionó el surgimiento de seis países independientes: Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia.
La partición de Yugoslavia no fue fácil. Se impuso la fuerza bruta. Crímenes de guerra, matanzas masivas, saqueos, violaciones, odio étnico, purificación racial extinguiendo a los distintos, arrasamiento de campos, ciudades, fábricas, escuelas, museos. Barbarie, caos, locura, soledad, exilio y muerte.
En 1992, Sarajevo estaba sitiada por el ejército serbio. El 27 de mayo, los aviones descargaron sus bombas contra una indefensa fila de gente en espera de comida. 22 muertos y 70 heridos. No se sorprendieron los 400 mil sobrevivientes que vivían en Sarajevo. La guerra, al fin y al cabo, era ya una pésima costumbre. A diario caían 380 bombas, que dejaban un resultado de alrededor de 30 muertos. Las armas y la violencia tenían la última palabra... Aparentemente.
Ese día, 27 de mayo de 1992, Vedran Smailovic, chelista de la desintegrada Orquesta Sinfónica de Sarajevo, salió a la calle a desafiar al horror y a la desesperanza. Se puso a ejecutar su instrumento. Y así lo hizo durante 22 días consecutivos; tocando solitario a un lado del mercado. Las notas casi no se escuchaban en medio del miedo y las balas. Los serbios enviaron dos francotiradores para intentar castigar tamaña insolencia. No podían permitir la rebeldía de la esperanza. Y no pudieron.
¿Qué impulsó a Vedran? ¿Por qué desafiar al poder de la guerra y la brutalidad, en un acto suicida y aparentemente inútil? El chelista sabía que su música no acabaría la violencia, ni devolvería la vida a los muertos, ni tampoco consolaría la desesperación de millones de personas que vivían bajo la anarquía de la violencia. Sin embargo, tenía la impresión de que "su gesto no sería del todo inútil si podía recordarles a los demás la grandeza del espíritu humano y su capacidad de crear algo bello incluso en las peores circunstancias". En Sarajevo, un músico nos recordó que ser plenamente humano es tener la humildad de compartir lo que aparentemente no vale nada: una sonrisa, un apretón de manos, una melodía, unas flores, una palabra de ánimo, un acto de ayuda. Son cosas que no arreglan el desordenado mundo, pero aligeran el alma para seguir adelante (Claudia Ruiz Arriola, "El Chelista de Sarajevo", en: Xipe-Totek, Nº 74, 30 de junio de 2010, pp. 166-167).
Vedran Smailovic, un nombre para tener presente. Un hombre que nos recuerda que es tiempo de salir de la indiferencia y el descuido. Es tiempo de compartir las cosas inútiles que hacen la grandeza y maravilla de esto que llamamos vida. Es tiempo de poner atención a las cosas que normalmente no damos importancia, pero en su interior va corriendo la savia de la vida.
Hoy viene a nuestra memoria, pues, un hombre que nos abre una ventana a la grandeza del espíritu humano y al milagro de la belleza.
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