6 de febrero de 1992: fallece don Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, Morelos. Patriarca de la solidaridad.
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Sergio Méndez Arceo fue un obispo que pensó que la iglesia católica tenía que salir de la sacristía y salir al mundo a llevar la buena nueva del Evangelio. Como obispo su obra fue acompañar a los pobres, a los perseguidos por causa de la justicia, a los que luchan por un mundo más justo. Antes de la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, él ya hacía celebraciones religiosas con mariachi y con jazz. La misa es una fiesta del pueblo y don Sergio abrió la catedral al pueblo. De todo México y de distintas partes de latinoamérica y del mundo acudían a la catedral de Cuernavaca. Ahí, don Sergio daba voz a las causas de defensa de los derechos humanos, los refugiados de centroamérica, derechos de los trabajadores, luchas de movimientos populares. Don Sergio, creía, haciendo caso a Jesucristo, que la tarea del cristiano es construir el Reino de Dios.
Despúes de la matanza de medio millar de jóvenes, el 2 de octubre de 1968, don Sergio dijo estas palabras en su homilía dominical:
“Me hace hervir la sangre la mentira, la deformación de la verdad, la ocultación de los hechos, la autocensura cobarde, la venalidad, la miopía de casi todos los medios de comunicación. Me indigna el aferramiento a sus riquezas, el ansia de poder, la ceguera afectada, el olvido de la historia, los pretextos de la salvaguardia del orden, la pantalla del progreso y del auge económico, la ostentación de sus fiestas religiosas y profanas, el abuso de la religión que hacen los privilegiados.
“No me sorprende, pero lamento la falta de continuidad en el diálogo no acertadamente iniciado, único escape para la crisis de autoridad y de obediencia. Se me entenebrece el porvenir de la libertad en la investigación, en la expresión, en la acción de ciudadanos responsables, consagrados aún con errores, al desarrollo integral de México, cuando miro los rostros adustos, inexpresivos, de nuestros soldados obligados a la represión.”
Y se alegró por los estudiantes: “la valentía, la madurez, la previsión de tantos sacerdotes y laicos comprometidos, que han venido compartiendo el riesgo, las reflexiones, los errores, las desilusiones, los dolores, los altibajos de los hombres del futuro, nuestros hermanos, los estudiantes”.
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