Presentación del libro "Esperando que nazca el viento y otros relatos del norte de Jalisco


Esperando que nazca el viento: pensar con imágenes el pasado y el futuro de la antigua Caxcania

Hugo Ávila Gómez
Escuela Preparatoria “González Ortega”
Teúl de González Ortega, Zac.

1. Armenia: sobrevivir en la memoria

Armenia es una región enclavada en Asia Central, la región que se conoce como cuna de la civilización. Hace seis mil años compartió destino con las culturas de Babilonia, Mesopotamia, Asiria, Persia. Más tarde, el cristianismo encontró tempranamente una buena recepción en tierras armenias. En el siglo III de nuestra era, Armenia fue el primer estado en el mundo que declaró a la cristiana como religión oficial. Convertida en una isla cristiana, Armenia fue un lugar de desventura. Por el norte, tenía la amenaza de los mongoles, con la protección natural del Cáucaso, el Mar Caspio y el Mar Negro. En la parte sur limitaba con el zoroastrismo de Irán, el califato árabe, el imperio turco y el imperio de Bizancio. Todos sus vecinos eran ambiciosos y crueles. Y todos, sin miramiento alguno, se lanzaron contra Armenia, que fue asolada una y otra vez. Víctima del expansionismo de los imperios vecinos, el país fue constantemente arrasado. Todo lo levantado fue destruido. Armenia se convirtió en la patria del dolor. En el destino armenio sólo había tres posibilidades: ser tierra cubierta de cadáveres, el destierro o el vagabundeo por un suelo desolado. Con esta amenaza de aniquilación, el pueblo armenio fue haciéndose consciente de una doble misión: la necesidad de sobrevivir y la de salvar el mundo propio. Dotados de una mente abierta y receptiva, los armenios, vencidos con las armas, buscaron la salvación con la escritura. Se empezaron a dedicar a copiar y traducir todo documento que llegaba a sus manos. Lo que no pudo la espada lo empezó a hacer la pluma.
En el cristianismo primitivo de Armenia, el monje Mashtots, inventó el alfabeto armenio y de inmediato puso manos a la obra: se puso a traducir la Biblia. Esta fue la primera traducción bíblica a una lengua vernácula. De la labor solitaria, se pasó a una obra colectiva. La iglesia ortodoxa armenia creó un ejército de copistas y traductores. Miles de libros fueron creados antes de la imprenta. Fueron constructores de imponentes y valiosas bibliotecas. Un fenómeno único en el mundo.
Perseguidos y aplastados, los armenios se escondían en cuevas o emigraban. Pero todos los que sabían leer y escribir, se dedicaban a leer y escribir. Era una estrategia de sobrevivencia: los armenios alfabetizados hacían libros con febril entusiasmo. Auténticos titanes del trabajo de copiar y traducir. Mártires de la pasión de conservar su propia cultura. Hacer y cuidar libros se convirtió en deporte nacional. Y los sobrevivientes cargaban libros en su huida hacia las montañas o hacia el exilio a diversos rincones del mundo. En esos libros estaba la memoria, el pasado, la savia y el futuro de una nación. Actualmente, los museos y bibliotecas de Armenia lucen con orgullo muchos de aquellos libros que permitieron la sobrevivencia de todo un pueblo (Ryzsard Kapuscinski, El Imperio, pp. 56-63).

2. Percibir lo extraordinario en lo ordinario

Las penurias de los armenios no son cosa del pasado. A principios del siglo XX, en Turquía fueron masacrados millón y medio de armenios, disminuyendo así casi la cuarta parte del total de la población armenia que habitaba en el imperio turco. Por otra parte, recientes son los conflictos étnicos y la guerra con la vecina Azerbaiján.
El caso de Armenia es extremo. Su sufrimiento ha sido incalculable, prolongado y cruento. Como incalculable, prolongada y heroica ha sido la resistencia armenia.
El progreso trae cambios, bienestar, comodidad. Ahora hay energía eléctrica, carreteras pavimentadas, internet, escuelas de todos los niveles educativos, bancos, televisión por cable, teléfonos celulares. La vida moderna está hecha con mayores facilidades tecnológicas. Sin embargo, el progreso moderno es, en buena medida, una era destructiva de la identidad individual y social.
Leonardo da Jandra describe en un cuento cómo fue que los habitantes de un pueblo de Oaxaca se empeñaron en desmontar sus tradiciones y su cultura vernácula, en favor del bienestar y del progreso. “Lo cierto es que cuando esos costeños se vieron ante la oferta engañosa de la electricidad, el pavimento y el drenaje, ya no les importó saber quiénes eran ni de dónde venían” (Zoomorfias: 111).
Por correr tras los oropeles, los espejitos y las cuentas de vidrio del presente, los habitantes de barrios, pueblos y comunidades rurales estamos perdiendo conciencia de nuestra identidad; estamos perdiendo arraigo. En algún sentido, en el campo moral y espiritual tenemos el riesgo de perecer. Nuestras amenazas son la desmemoria, el olvido de nuestras raíces, la pérdida de contacto con el calor y los humores de nuestra tierra. Por atender los aparatos modernos y por meternos en tantas ocupaciones de gente grande, corremos el riesgo de abandonar el patrimonio cultural y espiritual que nos hace personas únicas, irrepetibles, afincadas en el corazón de unas tierras con pasado de grandeza y de dignidad. Al apartar la vista de lo mejor del pasado, estamos convirtiendo la vida de nuestros pueblos en un escenario árido, rutinario, sin alma, sin aspiraciones nobles y genuinas. Existencias embotadas por el afán de consumo y el cuidado de guardar las apariencias. Por eso la necesidad de aprender del pueblo armenio. Por eso la urgencia de sobrevivir en la memoria.
“La memoria no es nostalgia, sino posibilidad de reinvención; la oralidad no es folclor, sino vía de acceso a percepciones primigenias; el patrimonio cultural y las tradiciones no son tarjeta postal, sino siembra diaria de sueños infinitos; las identidades más genuinas y poderosas nos son escenografías, ruta turística, sino territorialidad, autonomía, libertad, imaginación, dignidad inquebrantable (Eliazar Velázquez, Poetas y juglares de la Sierra Gorda, Ojarasca, Nº 99, julio de 2005).
Cuando las cosas significativas de la vida se vuelven rutina, perdemos conciencia de estar frente a algo sumamente profundo, no lo reconocemos y tampoco lo podemos hacer significativo para los demás. Perdemos de vista que todo es sagrado, la vida se vuelve aburrida, vivimos con indiferencia lo ordinario creyendo que la felicidad está en lo extraordinario. Y así, generalmente la existencia se vuelve monótona y rutinaria. Darse cuenta de esto es la oportunidad para que lo ordinario adquiera sentido de nuevo. Nuestra vida tiene que convertirse en ritual, es decir, ver que todo es santo, todo es bendición y que la vida está llena de posibilidades y sorpresas. Sólo tenemos que captar lo sagrado de cada momento, y eso a través de los ritos, pequeños gestos que tienen el don de captar lo extraordinario de cada acción ordinaria. Los ritos nos ayudan a experimentar la presencia y la voluntad de Dios en todo, abren la sensibilidad a descubrir el sentido de todos los momentos de la vida (Joan Chittister, Escuchar con el corazón: 11-14).

3. Literatura: pensar el mundo con imágenes

La lectura atenta y la escritura palpitante son dos modos de ritual. Escribir y leer con pasión son dos actos rituales. Son dos formas de percibir lo extraordinario de lo ordinario. Los rituales de la lectura y la escritura son también caminos de interioridad; vías de “acceso al conocimiento de mi propia identidad, a lo más íntimo del misterio de la existencia y del sentido de la vida”. Gracias  a la lectura y la escritura aprendemos a mirar distinto: más amplio, más hondo, sin límites, libremente. Leer y escribir son herramientas para mirarnos (Miriam Guerra, Mirada, Nº 20, p. 6).
Esta tarde nos reúne la celebración de la palabra. En el norte de Jalisco se empieza a hacer un uso ritual de la palabra leída y de la palabra escrita. Es una buena noticia que el Centro Universitario Norte, de la Universidad de Guadalajara, se proponga volver su mirada a la palabra creadora de los pobladores de la antigua región caxcana. Inicialmente fue el libro  Primeras voces. Colección de cuentos sobre Villa Guerrero. Ahora tenemos en la mano una nueva iniciativa, nacida en el espíritu universitario del CUNORTE: Esperando que nazca el viento y otros relatos del norte de Jalisco.
La literatura es pensar el mundo con imágenes, afirma la escritora argentina Clara Obligado (La Jornada Semanal, Nº 832, 13 de febrero de 2011). Y donde mejor se comprende el mundo con imágenes es en el cuento. ¿Cuáles son las imágenes que aparecen en Esperando que nazca el viento? ¿Qué fibras íntimas mueven en nosotros las representaciones poéticas del lenguaje pueblerino utilizado en este libro de cuentos? ¿Qué formas de entender la vida encierran esas imágenes?
La nana con rebozo oscuro, en la oscura cocina, preparando remedios humeantes; siempre con tiempo y siempre con fuerzas. El padre de familia, en vuelo y mirada de halcón, encima de las cosas queridas y heredadas. El rostro de un niño entre las cobijas, soñando sueños donde todo es juego, juguetes y todo da vueltas. El traje Giorgio Armani destrozado por un buscapiés: la elegancia vuelta harapos, roto el orgullo de lucir un símbolo “de lo civilizado y el buen vestir”; el sentimiento de humillación del funcionario universitario. Raymundo recostado en el piso, una piedra por cabecera; los ojos entrecerrados, evocando recuerdos de Potreros, ahora un rancho abandonado, sin gente, sin futuro, pero con pasado. Las paredes de la Casa Grande, dejando salir voces de otros tiempos, para quien las quiera escuchar en medio de la contemplación silenciosa y atenta. Pedro que llega al final de su huida, triunfante, a salvo de las balas enemigas. En gesto arrogante, levanta los brazos, demostrando a nadie que es un chingón; sostiene una víbora moribunda entre las dos manos. Gozo de segundos, placer momentáneo, interrumpido por dos colmillos lacerantes, que se clavan en la espalda. Quemadura venenosa que destroza la espalda.
En este libro de cuentos aparecen más imágenes: Marcelino se enfrenta a su soledad vacía, hastiado de convivir con la muerte y el horror. Sin fuerzas para vivir, saca la pistola. Sabe que va a matar y será la última vez. Coloca la pistola cerca de la oreja, jala el gatillo suavemente, justo cuando la música de acordeón calla lentamente. El sonido nocturno del alacrán, la sinfonía que imita el sonido de los alacranes y el aguijón que se esconde bajo la lámpara de lánguida luz. El llanto que grita en la noche los dolores que se ocultan de día. Llanto que revela pecados impronunciables en la beatería de un pueblo de catolicismo cerrado, angosto y reprimido. La roca que representa las lágrimas de la madre y el sacrificio de los tres pastorcitos que se llevó la corriente embravecida de la culebra de agua. El billete de $500.00 encontrado en la chamarra de segunda, convertido en monedas de a peso, pesos Morelos, tesoro enterrado y que volvió sospechoso al gastalón que de la noche a la mañana se volvió pródigo consumidor de taquitos, tortas, dulces, panes y entradas al cine. El niño que en el barbecho hizo amistad con una víbora prieta, ratonera. Y su tristeza cuando la maldad humana mata sólo por el morbo de matar. Ta`rubi, huichol trasterrado, obnubilado por la codicia y el materialismo mestizos, termina sus días sin entender nada y con el cuerpo bamboleando, colgado de un encino, cuyos dos únicos brazos apuntan al cielo, justo el día en que aquél cumple 30 años de edad, torciendo el destino de ser el sucesor de la sabiduría de su abuelo Antonio Chivarra. O la imagen del hombre nacido en El Salitre, que hizo fortuna en Guadalajara, pero por las insatisfacciones que deja la nostalgia, se ahoga en alcohol en las cantinas de la Calzada Independencia, mientras su hijo pequeño escucha el canto del cenzontle que imita los sonidos de todo lo que le rodea, y hunde la cabeza entre las hojas de los libros; al mismo tiempo que, arrepentido por haber intentado envenenarla con polvo para ratas, imagina que la maestra, con perfume de geranios en el rostro y las manos, se acerca y se queda ahí, leyendo junto a él, en maternal compañía. La última imagen, la de Manuel, campesino astuto y ambicioso, con las manos manchadas de sangre de su amigo Eleuterio y de Ignacio, anciano pacífico, que acaba de matar para arrebatarle sus ahorros. En carrera desaforada, acorralado por una jauría de perros o de lobos, con la mirada nublada y la conciencia aturdida. Va al encuentro de una quemazón que hizo alguien por descuido, creyendo que en la lumbre está la liberación de sus desatinos y de sus miedos.
Esperando que nazca el viento y otros relatos del norte de Jalisco es una ofrenda de amor al terruño. Una reconciliación con la patria chica, con la memoria de la niñez y con lo que añoran el exiliado y el migrante. Estos cuentos son un regalo de cariño por la propia tierra. Gesto amoroso de recoger la memoria y una ayuda para reconstruir la identidad de los pueblos del norte de Jalisco. Esperando que nazca el viento anticipa el futuro cargado de esperanza y agradecimiento. En este libro se piensa con imágenes la región norte de Jalisco. Se sobrevive en la memoria de lo que se fue y de lo que se espera ser.

“Renovar los lazos con el pasado no siempre es una mera ilusión, sino que puede ser el recurso a nuevas fuentes de fuerza para nuevas tareas” (Simeon Strunsky, citado por Joan Chittister, op. cit., p. 25). Bienvenido este libro que ofrece nuevos veneros de fuerza para próximas iniciativas que busquen conocer y reconstruir nuestra identidad personal y comunitaria.
Colotlán, Jalisco, 17 de febrero de 2011

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