Lo exterior modela lo interior

Los ojos infantiles descansan y gozan con el tapiz fabricado el 12 de diciembre de 2010 en el Teúl de González Ortega

Sosiego es una palabra olvidada por las personas que vivimos a principios del siglo XXI. La vida es agitada. Cada jornada no alcanza para atender los deberes de cada día. No hay tiempo para el descanso y cuando éste llega, transcurre aprisionado entre botones para accionar aparatos, pantallas, sonidos sin armonía. Todo es ruido. Hemos perdido el sentido humano del trabajo y el ocio. El bullicio desordenado de los actos exteriores, dificultan la tranquilidad y la alegría.
Alrededor del siglo IV de nuestra era, aparecieron pequeños grupos de personas que supieron ver los errores de su época y eligieron un estilo de vida sencillo y metódico. Ellos dieron la espalda a la guerra, a las disputas por el poder, a la degradación moral que se vivía con la quiebra del Imperio Romano de Occidente y con una Iglesia jerárquica que dejaba las sandalias del pescador por los ornamentos de los funcionarios romanos. Aquellos círculos de personas optaron por una vida de trabajo manual, oración, vida en comunidad y hábitos rutinarios. Aprendieron a alternar el trabajo y el descanso, el silencio y la plática, la comida y el ayuno, la vigilia y el sueño, lo sagrado y lo profano. Así se crearon las primeras comunidades de monjes. Hombres y mujeres que dejaron de buscarse a sí mismos y empeñaron su existencia en vivir los valores del Evangelio.

Los monjes cristianos dieron orden a su vida exterior. El día lo dividían sabiamente entre oración personal, oración comunitaria, comida frugal, trabajo manual, estudio, descanso y sueño. Descubrieron que el orden externo es el cimiento del orden interior y de la salud mental y física. 

"El claro orden del día, el sano alternarse de orar y trabajar, de sentarse y estar de pie, de tejer cuerda y de orar, es el camino para la paz interior. Esto esclarece los sentimientos negativos y pone al ser humano interiormente en orden" (Anselm Grün).

La experiencia de estos humildes frailes y monjas nos recuerda que tenemos una deuda con nuestra vida interior. Al empezar el día, antes de correr tras el café, el reproductor de música o la pantalla de televisión o de computadora, podemos sentarnos y guardanos en la quietud del silencio, del diálogo interior, de la oración personal o de la práctica de algún ejercicio que ayude a aquietar la mente y pacificar las emociones revueltas por vivir en un mundo caótico.

Los gestos de tranquilidad al comenzar el día pueden ser el comienzo de una vida con mayor orden. Con la esperanza de que el orden exterior nos haga dueños del orden interior. Y el orden interior es paz, seguridad, alegría, confianza, fuerza, amor, equilibrio, salud. 

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