Los gitanos y la escuela
Los alumnos de Tercero de la Prepa "González Ortega" y algunos profesores en el cierre de la Casa de Espantos 2011 |
Los gitanos y la escuela*
Había una vez una escuela donde los maestros todo lo arreglaban a gritos y regaños. Nunca consultaban sus decisiones a los alumnos. Los padres de familia no intervenían para nada en la vida escolar. La escuela era triste porque todo mundo estaba a disgusto, sin poder expresar su opinión o sin oportunidad de participar en los asuntos de interés común. Estudiar era un sacrificio. Aprender era como una medicina: necesaria, pero amarga. Los maestros ponían a leer a sus alumnos, pero ellos no leían. No había comunicación. El director recibía órdenes de sus jefes y el director daba esas mismas órdenes a los maestros y los maestros las imponían a los estudiantes. En esa escuela nunca se hacían preguntas como éstas: ¿Qué podemos hacer juntos? ¿Te gustaría participar? ¿Qué opinas de esta propuesta? ¿Cómo podemos mejorar?
Un día, una carpa de gitanos pasó por el pueblo donde se encontraba la escuela. Ellos eran como una familia. Siempre decían bromas. Siempre estaban alegres. Entre todos levantaron la carpa del circo. Todos se ayudaban a preparar el espectáculo. Los niños y las niñas más grandes cuidaban a los niños pequeños, mientras los más añejos y los adultos cuidaban los animales, entrenaban los números y amaestraban fieras.
Llegó el día de las funciones y el pueblo entero se volcó al espectáculo. No conocían la alegría y tenían ganas de ver qué hacían los gitanos con su risa, sus maromas, sus juegos, sus canciones y sus suertes con los animales. Una semana entera duró el pueblo de fiesta. Nunca se habían visto colas de gente para ver el espectáculo. La gente aguardaba con paciencia su turno para entrar a la función.
Los gitanos les habían enseñado cómo era la felicidad.
Un maestro le dijo a un enanito del circo gitano:
- “Me gustó mucho su espectáculo. En este pueblo no se había visto nada igual”.
- El enano le contestó: ¿Por qué no hacen ustedes una carpa como la nuestra?
- ¿Cómo?, preguntó el maestro.
- Nomás quiéranse, pónganse de acuerdo y la fiesta sale sola.
El maestro platicó con sus compañeros y siguieron el consejo de aquel gitano desconocido. Empezaron a platicar, vieron cuáles eran sus problemas. Y todos estuvieron de acuerdo para hacer las cosas bien y con el acuerdo de todos. De ese día en adelante, nadie se quedaba atrás.
Y la escuela se volvió una fiesta. Ahora todos hacen algo para aumentar la felicidad de todos y cada quien pone empeño para disminuir la tristeza y la desgana que de vez en cuando aparecen.
Hugo Ávila Gómez
*Texto leído en los Honores a la Bandera del lunes 7 de noviembre de 2011
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