Inicios de la Escuela Secundaria del Teul


--> De cuando la escuela mixta era un desacato a la Iglesia


Hugo Ávila Gómez

En este febrero de 2012 la Secundaria del Teul cumple 58 años de vida. Es una ocasión para recordar, para hacer memoria, para conmemorar, para platicar de cómo estuvieron las cosas. Es ocasión de hablar del señor cura Ángel Gómez, de la maestra Ríos, de don Lupe Cervantes, de Pablo Ramírez, de Margarita Sandoval, de Cándido Galván, del Pildorín, del profesor Gabriel González, de doña Adelaida Robles, del señor cura Bernardino Reynaga, de don Antonio Castañeda, de los primeros alumnos y demás personas que estuvieron en los inicios de la Secundaria. Es bueno acordarnos de aquellas personas que pusieron los cimientos de la actual escuela secundaria.
Las cosas no se hacen nada más porque ya; tampoco vienen solas. Se ocupa de la mente que piense y programe; del corazón que anhele y se encariñe con un proyecto y de las manos que trabajen para levantarlo. Así pasó con la Secundaria. Hubo quien lanzó la propuesta y hubo quienes lo apoyaron con entusiasmo, recursos, tiempo y trabajo. Y como nunca faltan, también hubo aguafiestas, gentes de no mala intención que se encargaron de poner piedritas en el camino. Pero pudo más la buena voluntad y la terquedad de lograr un buen propósito, y gracias a aquel empeño de lucha y de cuidado, ahora estamos conmemorando 58 años de historia de la Escuela Secundaria del Teul.
Esta escuela es fruto del trabajo, del tesón, de la generosidad, del espíritu previsor, de la actitud positiva, de la energía creativa de mucha gente. Se empezó con muchas dificultades; con casi nada de recursos. Sin mobiliario, con salones prestados y trabajo gratuito de los maestros. Pura voluntad de servir y emocionadas ganas de aprender.
Es bueno platicar de esto, ahora que tenemos muchos de los medios que antes faltaban. Ahora que hay edificio propio, salones, mesabancos, biblioteca, laboratorio, talleres, canchas, computadoras, internet, equipo audiovisual, programas que llegan vía satélite, profesores de planta, etc. Pero algo pasa que ahora con más recursos, tenemos la escasez de lo que antes sobraba: mística, optimismo, pasión por el estudio, curiosidad por la ciencia y el arte, ayuda mutua para conseguir las cosas y arreglar los problemas.
Por eso es bueno estudiar historia y saber las batallas de la gente de los tiempos pasados. Ocupamos sacar lo positivo de aquellos tiempos, que en muchas cosas pueden ser luz y ejemplo para los tiempos actuales.
La historia contada no es una sola. Hay varias maneras de entender cada hecho. La Cristiada no es lo mismo para un soldado federal que para un soldado cristero. Lo importante es buscar la verdad de como pasaron las cosas, que ya luego platicaremos y trataremos de comprender los distintos puntos de vista. Para empezar, tenemos que hacer la lucha de ser fieles a la realidad de los hechos. Para eso hay que preguntar y buscar en archivos, expedientes, papeles, fotografías, testimonios y en señas que deja el tiempo en lugares y edificios, etc.
En el caso de la Secundaria, empezamos por los protagonistas, por los que fueron los principales en los comienzos de aquella historia. En esta ocasión presentamos el testimonio de dos alumnos de la primera generación, los exjóvenes Cuca Campos y Juventino Ortiz. Con ellos conversamos una tarde completa del año 2002, reunidos en la casa de Cuca un domingo de agosto, al otro día de la fiesta del Hijo Ausente. La plática es con los dos al mismo tiempo. Lo que no se acuerda uno, lo completa el otro. Entre ambos reviven aquel tiempo y emocionados comparten sus recuerdos. Y cuentan lo siguiente:
El párroco, Don Ángel Gómez, veía la necesidad de que los muchachos no anduvieran nomás de ociosos en los billares o en las calles y pensó que era muy urgente la Secundaria.
Y la maestra Ríos también pensó que era bueno, porque lo padres no tenían los recursos para que sus hijos salieran a estudiar fuera; eran contados los que podían salir, por falta de recursos o por falta de familiares. Era la época en que uno tenía que ser hijo de familia, aunque tuviera 20 ó 25 años. (Aquí hacen un paréntesis Cuca y Juventino y dicen que no estaría de más hacer un homenaje a la maestra Ríos, ella que toda su vida la dedicó a la juventud).
Entonces, don Ángel Gómez empezó a animar a los padres de familia para que les dieran permiso a sus hijos. Decía que iba ser algo muy bueno para la preparación de los jóvenes; él decía que era poquita más de preparación hasta para educar a los hijos. Entonces así se fue iniciando. Cuando alguien sabía que a fulano ya lo mandaron a la escuela, entonces decía, pues yo voy a dar permiso a mi hijo o a mi hija. El único requisito era tener uno su certificado de 6º año, dos fotografías y era todo.
Nuestro primer día de clases fue el 14 de febrero de 1954. A los hombres nos mandaron a la casa de Ignacio Caloca; ése fue el primer año. Al párroco le habían donado la casa de don Wenceslado Sandoval y ahí pasamos el segundo año de secundaria.
Las muchachas íbamos a clases en la casa que era de doña Margarita Castillo y que también donaron a la Parroquia. Entonces, el señor cura juntó el Santuario con la casa. En la parte alta vivían las religiosas y la Secundaria estaba en lo que era la casa de doña Margarita. El salón daba a la calle, enfrente de la casa de Luis López y la cocina la utilizábamos porque una catequista que se llamaba Margarita Sandoval nos daba clases de cocina. Nos enseñó a hacer dulces de leche, cajeta de leche; nos enseñó a hacer rendir el dulce para hacer esas bolitas de dulce quemado (aquí no se acostumbran; pero en Guadalajara es muy usual eso afuera de los templos. No es una melcocha, pero es un dulce sabor de jamaica o tamarindo). Ella también cooperaba con el señor cura. No querían que se fuera la escuela y los maestros trabajaban de manera voluntaria, porque no había dinero para pagarles.
Los maestros eran Cuca Ríos, Pablo Ramírez y el señor cura Gómez. Nomás. El primer año así iniciamos, sólo con ellos. Y ya el segundo año tuvimos un director que trajo el señor cura Gómez; se llamaba Cándido Galván. Trajo el señor cura otra persona para que fuera el director del colegio católico, también de Guadalajara, El Pildorín, que era médico homeópata, gordito, que curaba a la gente con chochitos. Él también nos empezó a dar clase, ya en segundo año. Era un maestro muy estricto.
El mobiliario del salón: una mesa grande como escritorio y cada quien llevaba una silla de su casa. También cada quien llevaba un gis. La maestra Ríos nos hizo un pizarrón de tela. Y de un libro nos daba una lectura y luego nos pedía que cada quien hiciera un resumen de lo que hubiéramos captado. Y ya de ese resumen nos calificaba ortografía, caligrafía y la inteligencia que uno pusiera para narrar.
Íbamos a medias del año cuando nos consiguió de Zacatecas libros usados. En las matemáticas nos dejaba mucha tarea, nos hacía mucho énfasis en los quebrados, en la raíz cuadrada. En aquel tiempo nomás trabajábamos con la cabeza y el lápiz. Ahora vemos que las cosas están muy diferentes y complicadas, además. Se habla de ecuaciones y de cosas más difíciles, que se resuelven por medio de calculadoras y de computadoras, que son las que vienen haciendo el trabajo y guardan la información.
Lo que se ocupaba para la escuela lo fuimos consiguiendo a través de kermeses. Los papás ponían los medios. Nos juntábamos entre varias en una casa para hacer pozole, tamales, sopes, enchiladas, tostadas, buñuelos, pollo frito que era muy usual en aquel tiempo. Por aquellos años todas las familias tenían gallinas en el corral, así que para la kermés no faltaba quien cooperaba con su gallina para la comida de los puestos. También rellenábamos cascarones de confeti, y quien tenía flores en su casa, las llevaba a la plaza para venderlas. Pocas personas podían comprar las sodas de aquel tiempo; así que hacíamos agua fresca de arroz o de jamaica y también la vendíamos.
Teníamos la ventaja de que ya había muchos señores que trabajaban en Estados Unidos y ellos eran quienes soltaban la feria. Y así fue como nos hicimos de nuestras cosas para la escuela. Así compramos el primer equipo de sonido. Era una planchita así de grande y los discos de piedra. Dedicaban las canciones arriba del kiosko y cobraban por las canciones. Don Santos Núñez y mi papá, Apolonio Campos eran los que prestaban los discos.
También de kermeses salió el dinero para comprar nuestra primera bandera. Luego conseguimos un banderín blanco. El uniforme era azul marino y blanco; azul la falda o el pantalón y blanca la blusa o la camisa. El banderín decía “Escuela Secundaria”; sin más nombre. La primera generación no tuvo nombre. Ha de haber sido hasta la segunda generación cuando se le puso nombre.
Así pasó el primer año, muy bien. Los muchachos por su lado y las muchachas por el suyo.
En algunas materias nos juntaban. También para hacer exámenes la Secundaria se volvía mixta. Era la escasez de tiempo y de profesores. Por pura necesidad de aprovechar a los pocos profesores, hacían un solo grupo de hombres y mujeres, en ciertas materias.
En el segundo año ya hubo problemas. La gente quería que se acabara, que la Secundaria no fuera mixta. El problema era que había muchachos ya mayores y las mamás de las muchachas no querían que esos bigotones estuvieran dentro del plantel. No era bien visto que muchachos y muchachas platicaran en la puerta del salón. Nuestros padres y las gentes del pueblo no aceptaban que hubiera convivencia mixta.
Y hubo protestas. Más, de gente que no tenía que ver con la escuela, que no tenía hijos en la escuela: la Acción Católica, las Damas Guadalupanas. Y al señor cura le llegaban todas las quejas. Y un buen día, ya en el segundo año de la secundaria, el señor cura Gómez decidió que frecuentándose y conviviendo, los muchachos y las muchachas estaban en pecado.
Hubo una junta de padres de familia para platicar el problema. Y la mayoría decidió que siguiera la escuela. Entonces el señor cura dijo que no iba a confesar a quien siguiera yendo a la escuela. El que fuera a la escuela mixta incurría en desacato a la Iglesia. Por eso a muchos nos sacaron de la escuela.
El problema se agravó a raíz de unas dificultades en la elección de reina de las fiestas patrias del año 1955. Entonces se usaba que los jóvenes patrocinaran una candidata y el comercio otra. En esa vez, el señor cura nos prohibió hacer baile del 17. Y como el baile se hizo, el señor cura cerró el templo por tres días y se fue a decir Misa a la Sierra y a Santa María. Como él había fundado la Secundaria, se sentía muy lastimado de que no obedecimos. Tuvo que ir una comitiva a pedir perdón y a que reanudara los servicios.
Entonces sí quedó instituido que todos los que siguieran en la Secundaria estaban fuera de la confesión. Dice don Juventino: “Yo fui el primero que fui a confesarme, me acompañó un bola de muchachos. El señor cura me dijo que no, que a nosotros no podía confesarnos. Entonces me paré y les dije: Muchachos, vámonos, yo creo que estamos descomulgados. También estaba un grupo de muchachas y todos nos salimos”.
La mamá de Cuca Campos reaccionó y le dijo: “Ni un paso me das a la Secundaria”. “Lloré y lloré. Fue un desastre”.
Viendo que muchos nos quedamos sin escuela y todos tristes, algunos padres de familia fueron y hablaron con el señor cura. Mire señor cura, no tenemos maestros, no tenemos material de escuela, ocupamos libros, ocupamos maestros. Nos vamos a juntar. Ya don  Antonio Castañeda prestó su casa. Apóyenos. No queremos que se acabe tan pronto lo que tanto nos ha costado.
Al fin el señor cura aceptó. Hasta autorizó que uno de los padres fuera nuestro maestro. Don Ángel, era un buen hombre. Muy bueno, era una persona muy recta, muy apegada a su ideología.
Se pagó a una señora que estuviera todo el día en el salón de clases, como respeto. Era doña Adelaida Robles. Ella cuidaba, por ejemplo, que nomás subieran al baño puros hombres o puras mujeres. ¿Nunca entraste a la escuela de niñas? Ah, pues era la misma. Estaba abierta la puerta, señal de que había hombres; estaba cerrada, señal de que había mujeres.
Doña Adelaida tenía su lista y se encargaba de apuntar quien se salía de clases.
El segundo director fue un señor de nombre Gabriel González, de San Luis Río Colorado, que estaba casado con Jovita Grey, por eso vino a dar al Teul, porque Jovita era de aquí.
Este profesor hablaba públicamente de la necesidad de mantener a la juventud ocupada e instruida. Siempre aprovechaba para eso las festividades oficiales. Y poco a poco la gente fue entrando en razón, hasta que terminó por aceptar a la Escuela Secundaria.
Era muy criticado porque le gustaba el vinito; no se metía a las cantinas, pero sí se emborrachaba. Era un hombre muy bien preparado y elegante. Siempre andaba bien vestido, diario de traje y diario con su portafolio. Al final del año organizaba exposiciones con nuestros trabajos. También presentábamos nuestros cuadernos, todos muy en limpio. Al final, había un cartoncito rojo con la calificación que nos habían dado la dirección y los maestros.
Don Gabriel quería que participáramos más en asuntos de la comunidad. Quería que la gente fuera a votar cuando se elegía presidente; que en la organización de las fiestas patrias hubiera participación del pueblo, de los alumnos, y así para que fuera más activa la vida del Teul. Nos ponía a colaborar con el síndico en cosas de la Presidencia; nos ponía a hacer la limpieza del pueblo. Hacía mucho hincapié que para los desfiles estuvieran las calles bien limpias.
Él fue quien empezó a inducirnos a que tuviéramos una cultura cívica. Que no sintiéramos vergüenza de levantar los papeles que había tirados en la calle. Cuando todo mundo acostumbraba amontonar la basura en el corral y prenderle fuego, él nos enseñó a poner un cesto de basura en la escuela. Disciplina. Nos insistía en traer los zapatos bien boleados, la ropa muy limpia. Que los muchachos no anduviéramos desfajados. Había un baile, que lleváramos nuestro pantalón oscuro y camisa blanca. Hizo mucho hincapié en que los muchachos fuéramos muy respetuosos con las damas, muy caballerosos. Todo eso nos enseñaba. Nos decía que las malas palabras no nos hacían más hombres, que no dijéramos disparates. Cosas que nos enseñaban en nuestra casa de una forma, pero que en la escuela, el maestro Gabriel nos enseñaba de otra manera.
Y siguió aquí. Sacó como unas tres generaciones. Entonces se puso enfermo.
Las diversiones. En ese tiempo estaba prohibido que bailáramos con los muchachos, que hiciéramos bola. Completamente restringido. Esa era la disciplina que se imponía en cada casa. Aparte que el clero ejercía mucha influencia en la gente. De vez en cuando organizábamos algunos bailes; poníamos a alguien en la puerta a cuidar que no vinieran nuestros padres.
En la puerta de la Iglesia estaba la clasificación de las películas que traía el cine. Ahí se decía: “película para niños”; “para jóvenes y adultos”; “nomás para adultos”; “prohibida para todos”.
Los muchachos nunca fumábamos enfrente de nuestros padres y maestros; era una forma de guardarles respeto. Tampoco podíamos entrar a las cantinas. Si acaso entrábamos, era para pedir canciones; dejábamos nuestra lista y pa´ fuera.
Muchos de los que dejaron la escuela ya no regresaron. Otros sí, después de algún tiempo. María López venía de Santa María y ya no regresó. Lupe Alonso, fue otra de las que no volvió.
Adelina Rivas y Mercedes Miramontes venían de la Mesa Grande. Ellas eran muy listas y fueron de las que sí volvieron para terminar su secundaria. Constanza Berumen hizo lo mismo, además de muchas otras.
El trabajo fue la primera generación. Todo salió bien. Se tenía miedo a que las muchachas fueran a fracasar, pero no. Ningún problema. Ahora es cuando se ven más cosas. Adolescentes que hacen la pinta al Capulín; muchachas que salen embarazadas. En aquel tiempo nada. Todo salió perfectamente. Por eso la gente agarró confianza. Vieron que la Secundaria eran puros beneficios y ningún perjuicio.
Cuando se fue el señor cura Gómez, vino el señor cura Bernardino Reynaga y él empezó a visitar los hogares: “Manden a sus muchachos a la escuela, y manden a sus muchachos a la escuela, y mándenlos y mándenlos” y así fue como siguió la Secundaria. Se hizo buena costumbre. Se acabó la desconfianza. Y se acabó la tirantez con la Iglesia.
Haciendo memoria con Ramón Rivas, recordamos que sólo seis o siete no sacaron una carrera. Todos profesionistas, de aquella primera generación de la Escuela Secundaria. Hay doctores, enfermeras, maestros, químicos, ingenieros. Las mujeres, la mayoría maestras.
Ramón Rivas tenía la ilusión de juntar a todos los de aquella primera generación. Para los 25 años nos juntamos varios; vinimos de donde andábamos. Hubo una festividad en la Secundaria; luego una comida y en la noche un baile.
Alguien que también tuvo mucho que ver con la Secundaria fue Guadalupe Cervantes Corona, él siempre quiso que hubiera escuelas en el Teul. Él era oficial mayor en el gobierno de Francisco E. García y pudo interceder por la Escuela, que entonces carecía de muchas cosas. Don Francisco García ayudó mucho a Lupe Cervantes y a Cuca Ríos para que la Secundaria tuviera medios; las escuelas de entonces estaban bien pobres.
Panchito García vino al Teul. En esa vez Esther Muñoz nos ensayó una obra de teatro que se llamó “Yo la maté”; muy bonita obra de teatro. Ahí se le hizo un homenaje a Francisco García. En esa obra de teatro había un coro bien hecho. Fue una obra en tres actos. Se fue el hombre muy contento por todas las atenciones que le brindó el pueblo. Lupe Cervantes nos decía que no era ser barberos; que había que ser gentes con los que estaban arriba, para que les dieran la mano a los que estaban abajo.
Había un diputado que se llamaba José Rodríguez Elías que también apoyó. Entonces llegaron libros de historia, que se trajeron por parte del gobierno de Zacatecas. Luego ese señor fue gobernador del Estado.
Cada que venía una personalidad nos preparábamos con obras de teatro y programas donde también había discursos, poesías y bailables. Era la forma de agasajarlos a ellos.
Por ese tiempo había también muy buenas conferencias; había buenos oradores, gente de aquí mismo del pueblo, que ya estaba fuera y lograron hacer un porvenir en otra ciudad. Vino Lauro G. Caloca, el doctor Porfirio Villegas. Eran en la Presidencia. Entonces no había los jardines de adentro y ahí se ponían las sillas del auditorio. Ellos nos decían: “Para nosotros no hubo estas oportunidades de Secundaria, y por eso tuvimos que salir a estudiar fuera. Aprovechen”.                                                   

     



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