Huracán Odile: destrucción de la naturaleza y rapiña del pueblo enloquecido por la avaricia

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Foto: cnnexpansion.com
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Eran rumores. La gente de San José del Cabo y Cabo San Lucas se movía por rumores. Decían que el huracán no era de peligro. Los más previsores se abastecieron de agua y comida para cuatro o cinco días. Pocos. La mayoría no tomó en serio lo que se decía. No hubo una alerta importante de Protección Civil a través de los medios de comunicación. No hubo orden de evacuar las zonas con mayor riesgo. Todavía en la mañana del domingo 14 de septiembre seguían arribando aviones con turistas. Esa fue una señal de tranquilidad: "Si siguen permitiendo que lleguen turistas no va a pasar nada". Eso pensó la gente.

Lo inesperado empezó a ocurrir ese mismo día, domingo 14 de septiembre, por la noche. A las nueve y media de la noche una inmensa nube negra se vio venir desde el mar. Pronto empezó una fuerte lluvia. Con viento. Viento furioso. Los vidrios empezaron a romperse. No resistieron edificios de departamentos cuyos vidrios están preparados para resistir vientos de 250 kilómetros por hora. Se fue la energía eléctrica. Todo quedó en completa oscuridad.

El huracán se metió a las casas, a las tiendas, a los hoteles, a los departamentos. El viento entraba con furia y derribaba lo que encontraba a su paso. Succionaba a personas y cosas. La gente se escondía en pequeños escondites, habitaciones pequeñas sin ventanas. Los hombres empujaban por dentro para que el viento no tumbara la única puerta que quedaba en pie en toda la casa.

Volaban papeles por toda la casa. Todo crujía. Muebles que se caían, partidos por la fuerza del viento. Afuera, en la calle, era un estruendo. Resonaba la tormenta, la fuerza del viento, objetos que caían o eran arrastrados. El mundo se venía abajo. Las madres apretaban contra su cuerpo a los niños pequeños. Mientras los señores y jóvenes detenían la puerta por dentro que parecía era empujada por diez personas que querían derribarla para entrar.

Cerca de las tres de la mañana apareció la calma. Cesó el viento. Cesaron los sonidos de destrucción. Pero por un momento breve. En media hora volvió el horror. Todo se repitió. La tormenta. El viento incontenible. El miedo. Todo. Hasta las seis de la mañana.

Poco a poco, a gatas y a tientas, la gente fue saliendo de su débil refugio. Adentro de las casas poco quedó en pie. Afuera todo era tinieblas y destrucción. Las calles convertidas en ríos de destrucción. Mucha agua. Postes caídos. Colchones y aparatos eléctricos flotando. Las caras blancas de espanto y por dentro el sentimiento cruzado de gusto por conservar la vida y horror de recordar la noche sin dormir.

Corrió la noticia de que la gente estaba robando los centros comerciales, los oxxo y las demás tiendas. También se decía que también estaban entrando a algunas casas. Los vecinos se empezaron a juntar para encender fogatas a la entrada de la calle, para proteger sus casas.

¿Qué hay en el corazón y en la mente de muchas personas, que en lugar de correr a brindar ayuda, mejor se fueron a robar tiendas grandes y pequeñas? Es porque hubo desabasto de comida, justifican algunos. ¿Desabasto, si el saqueo inició tan pronto acabó el huracán? ¿Y qué tipo de hambre es la de aquellos que se llevaron computadoras, televisores, lavadoras, cervezas, teléfonos celulares, cajas registradoras? La rapiña no tiene defensa. 

En el terremoto de 1985, los habitantes de la ciudad de México sacaron lo mejor de sí mismos. Las primeras brigadas de rescate fueron las de la espontánea ciudadanía. En el huracán Odile que arrasó la península de Baja California Sur, hordas humanas, de todas las clases sociales, se desbordaron sobre tiendas y casas particulares, con el ímpetu de la avaricia y el vandalismo, para saquear, apoderarse de lo ajeno y dar rienda suelta a la oportunidad de estar en una tierra sin ley y sin vigilancia.

Se cuenta que la autoridad pudo controlar la situación hasta el jueves 18. Fueron tres días de pillaje, de demostraciones públicas de la masa social incontenible, robando por necesidad (en algunos casos) y por vicio.

¿Qué le está pasando al pueblo de México? ¿Qué nos está pasando? 

¿Hasta cuándo los gobiernos municipales se harán de la vista gorda para permitir la instalación de zonas habitacionales en lugares que no se puede construir, por el reisgo que implica? ¿Hasta cuándo la corrupción y el descuido permitirán el crecimiento desordenado de las ciudades? 

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