Testimonios del recuerdo
-->
Tenemos un deber: escuchar a los viejos. No sólo es asunto de cortesía o de hacerles compañía. Se trata de aprender a vivir, de enfrentar las dificultades del presente, de hacer costumbre el encuentro de personas de generaciones distintas para que la palabra de experiencia y sabiduría siga viva en el correr de la vida de los pueblos. Miguel León Portilla lo dice de esta manera: “Para guiar a los hombres que aquí habrían de vivir, era necesario rescatar la raíz de la antigua cultura, el testimonio del recuerdo, la conciencia de la historia”. Para orientar los pasos de quienes habitan cada comunidad hay que conservar las raíces que la han mantenido en pie por muchos años. Para saber quienes somos y a donde vamos es necesario mantener vivo el testimonio del pasado y la conciencia de la historia.
Un intento de este tipo lo estamos realizando en el Teul mediante pláticas informales, en las cuales se reúnen vecinos de nuestro pueblo, la mayoría personas mayores, y algunas personas de mediana edad y unos cuantos jóvenes. Hemos hecho el propósito de reunirnos una vez cada mes, por lo menos. En este mes de septiembre, el día viernes 5, hemos realizado nuestra tertulia número cuatro. En esta ocasión nos reunimos en el recién abierto hotel San Juan Bautista, lo que fue la casa del Licenciado José Guadalupe Cervantes Corona, teulense que por sus cualidades y su trabajo logró un sitio de honor y de servicio en la vida pública del país y del estado de Zacatecas. El cargo más conocido y, desde donde contribuyó mejor con la prosperidad del Teul, fue el de ser Gobernador del Estado de Zacatecas en el periodo 1980-1986. Su casa en el Teul fue recientemente convertida en hotel. En ese sitio nos abrieron las puertas a alrededor de veinte personas, convocadas por los testimonios del pasado. Unos para hablar, otros para hacer hacer preguntas y otros para escuchar. Entre todos hicimos recuerdos, acompañados de un café de olla, ofrecido por el gerente del hotel, el licenciado Juan Antonio González González.
¿Qué como se cultivaba antes la tierra? Varios de los presentes fueron diciendo, paso por paso, el trabajo que había qué hacer en las labores del barbecho. Saben a la perfección los nombres de los aperos de labranza. Su nombre, su colocación y su uso. Arado, yugo, timón, barzón, orejera, puya, etc. De lo que ahí se dijo rescatamos algunos aprendizajes. El Teul antiguo, los pueblos antiguos, eran autosuficientes, producían casi todo lo que se requería para vivir. De la tierra y del trabajo salía casi todo lo que aquí se consumía. No se usaban abonos químicos. El daño a la naturaleza era mínimo. ¿Qué nos falta a nosotros, actualmente, para pensar en métodos de cultivo, que sin dejar de ser productivos, sean menos dañinos a la tierra?
Salió a la plática la presa de don Cesáreo Sánchez. El año de 1935 fue de escasez, no hubo cosechas y el coronel Ignacio Caloca, gobernador del Estado y también hijo del Teul, se inventó un trabajo para que la gente tuviera salario y comida. Casi todo el pueblo se fue a trabajar en la construcción de la presa. El dinero que ahí se ganaba, se gastaba en la compra de maíz, que el mismo coronel Ignacio Caloca surtía al pueblo del Teul.
Hubo preguntas sobre las antiguas corridas de toros y las fiestas charras que eran la diversión de la gente en el mes de enero de cada año. Los empresarios eran gente del Teul. Y cada año se traía madera para levantar el lienzo y plaza de toros.
Se pasó revista a los primeros vehículos que hubo en el Teul. Llegó uno, el camión de don Luz González; luego otro, el camión de don Telésforo Rivas; luego el camión de don Aurelio Rivas; el camión de don Tomás Gómez. Hasta que fueron cinco. Cuatro de ellos chocaron entre sí. Se contó que fue Don Tomás Gómez el primero que metió mano para la compostura de estos vehículos. Con los camiones empezaron a desocupar a los arrieros.
Hubo una casa de relojes, en Guadalajara, que en la compra de un reloj, regalaba un guajolote. El señor Fortino Cortés de Florencia, tenía el contrato de llevarlos desde acá, hasta Guadalajara, a pie. Cada conche tenía que ser protegido con huaraches de cuero, para que el camino no destrozara sus patas. El antiguo camino a Guadalajara fue escenario de una curiosa aglomeración: ocasiones en que hasta mil guajolotes marchaban rumbo a Guadalajara, desde Florencia. De ahí viene el mote de concheros. Buenos para criar y vender conches o guajolotes.
Se habló de los arrieros, de lo pesado y lento que era llegar a Guadalajara, en casi tres días de camino. El riesgo de ser asaltados por bandas de ladrones, que los esperaban en El Pedregal, cerca de un lugar que se llama Milpillas, perteneciente a San Cristóbal de la Barranca. Y lo que era el sistema de comercio de aquellos tiempos. Hubo arrieros que al volver a las tiendas de Guadalajara, encontraron los mismos rollos de tela que les habían despojado los ladrones. Así circulaba la mercancía.
La moral de los viejos pueblos rurales tenían prohibido que los novios se frecuentaran, compartieran sus sentimientos y cultivaran su cariño en el trato. Al altar llegaban los novios como extraños, sin haberse tratado. Como era un tabú hacerse novios, la desesperación y la barbarie hacían que fuera frecuente que algunos muchachos se robaran a las jóvenes solteras. En esta tertulia se contaron casos dramáticos y casi increíbles de robos de muchachas.
Como aquel caso del muchacho que les echa la mula encima a la mamá, a la hija y a un hermano menor que las acompañaba. Con el miedo, los tres se separan y el jinete aprovecha para lazar a la joven y pica las espuelas de la remuda. Amarra cabeza de silla y, como si fuera un becerro, sin detener la velocidad del animal, va recortando la soga, hasta tener a la joven al alcance de su mano. La sujeta de los cabellos y así se la lleva. Quien sabe a donde la llevó esa noche. Al día siguiente, llegan al rancho de unos parientes. El hombre va a pie, cabresteando la mula; y la muchacha montada en la silla, con la cabeza cubierta, para ocultar su rostro. Llegan al rancho de unos parientes. Y la señora comisiona al niño para que los lleve a ciertas cuevas, donde se esconden por tres días de la ira de la familia ultrajada. La misma señora manda al mismo niño que les lleve de comer al escondite donde iniciaba su vida de pareja este par de jóvenes, que ahora son viejos. Se casaron, tuvieron hijos y después de cincuenta y pico de años siguen viviendo juntos.
Y más historias que resultaron en la tertulia de testimonios del pasado. Esperamos el mes próximo, para continuar el rito de dar la palabra a los señores de aquel tiempo.
Tertulias para el encuentro entre distintas generaciones del Teul de González Ortega
Tenemos un deber: escuchar a los viejos. No sólo es asunto de cortesía o de hacerles compañía. Se trata de aprender a vivir, de enfrentar las dificultades del presente, de hacer costumbre el encuentro de personas de generaciones distintas para que la palabra de experiencia y sabiduría siga viva en el correr de la vida de los pueblos. Miguel León Portilla lo dice de esta manera: “Para guiar a los hombres que aquí habrían de vivir, era necesario rescatar la raíz de la antigua cultura, el testimonio del recuerdo, la conciencia de la historia”. Para orientar los pasos de quienes habitan cada comunidad hay que conservar las raíces que la han mantenido en pie por muchos años. Para saber quienes somos y a donde vamos es necesario mantener vivo el testimonio del pasado y la conciencia de la historia.
Un intento de este tipo lo estamos realizando en el Teul mediante pláticas informales, en las cuales se reúnen vecinos de nuestro pueblo, la mayoría personas mayores, y algunas personas de mediana edad y unos cuantos jóvenes. Hemos hecho el propósito de reunirnos una vez cada mes, por lo menos. En este mes de septiembre, el día viernes 5, hemos realizado nuestra tertulia número cuatro. En esta ocasión nos reunimos en el recién abierto hotel San Juan Bautista, lo que fue la casa del Licenciado José Guadalupe Cervantes Corona, teulense que por sus cualidades y su trabajo logró un sitio de honor y de servicio en la vida pública del país y del estado de Zacatecas. El cargo más conocido y, desde donde contribuyó mejor con la prosperidad del Teul, fue el de ser Gobernador del Estado de Zacatecas en el periodo 1980-1986. Su casa en el Teul fue recientemente convertida en hotel. En ese sitio nos abrieron las puertas a alrededor de veinte personas, convocadas por los testimonios del pasado. Unos para hablar, otros para hacer hacer preguntas y otros para escuchar. Entre todos hicimos recuerdos, acompañados de un café de olla, ofrecido por el gerente del hotel, el licenciado Juan Antonio González González.
¿Qué como se cultivaba antes la tierra? Varios de los presentes fueron diciendo, paso por paso, el trabajo que había qué hacer en las labores del barbecho. Saben a la perfección los nombres de los aperos de labranza. Su nombre, su colocación y su uso. Arado, yugo, timón, barzón, orejera, puya, etc. De lo que ahí se dijo rescatamos algunos aprendizajes. El Teul antiguo, los pueblos antiguos, eran autosuficientes, producían casi todo lo que se requería para vivir. De la tierra y del trabajo salía casi todo lo que aquí se consumía. No se usaban abonos químicos. El daño a la naturaleza era mínimo. ¿Qué nos falta a nosotros, actualmente, para pensar en métodos de cultivo, que sin dejar de ser productivos, sean menos dañinos a la tierra?
Salió a la plática la presa de don Cesáreo Sánchez. El año de 1935 fue de escasez, no hubo cosechas y el coronel Ignacio Caloca, gobernador del Estado y también hijo del Teul, se inventó un trabajo para que la gente tuviera salario y comida. Casi todo el pueblo se fue a trabajar en la construcción de la presa. El dinero que ahí se ganaba, se gastaba en la compra de maíz, que el mismo coronel Ignacio Caloca surtía al pueblo del Teul.
Hubo preguntas sobre las antiguas corridas de toros y las fiestas charras que eran la diversión de la gente en el mes de enero de cada año. Los empresarios eran gente del Teul. Y cada año se traía madera para levantar el lienzo y plaza de toros.
Se pasó revista a los primeros vehículos que hubo en el Teul. Llegó uno, el camión de don Luz González; luego otro, el camión de don Telésforo Rivas; luego el camión de don Aurelio Rivas; el camión de don Tomás Gómez. Hasta que fueron cinco. Cuatro de ellos chocaron entre sí. Se contó que fue Don Tomás Gómez el primero que metió mano para la compostura de estos vehículos. Con los camiones empezaron a desocupar a los arrieros.
Hubo una casa de relojes, en Guadalajara, que en la compra de un reloj, regalaba un guajolote. El señor Fortino Cortés de Florencia, tenía el contrato de llevarlos desde acá, hasta Guadalajara, a pie. Cada conche tenía que ser protegido con huaraches de cuero, para que el camino no destrozara sus patas. El antiguo camino a Guadalajara fue escenario de una curiosa aglomeración: ocasiones en que hasta mil guajolotes marchaban rumbo a Guadalajara, desde Florencia. De ahí viene el mote de concheros. Buenos para criar y vender conches o guajolotes.
Se habló de los arrieros, de lo pesado y lento que era llegar a Guadalajara, en casi tres días de camino. El riesgo de ser asaltados por bandas de ladrones, que los esperaban en El Pedregal, cerca de un lugar que se llama Milpillas, perteneciente a San Cristóbal de la Barranca. Y lo que era el sistema de comercio de aquellos tiempos. Hubo arrieros que al volver a las tiendas de Guadalajara, encontraron los mismos rollos de tela que les habían despojado los ladrones. Así circulaba la mercancía.
La moral de los viejos pueblos rurales tenían prohibido que los novios se frecuentaran, compartieran sus sentimientos y cultivaran su cariño en el trato. Al altar llegaban los novios como extraños, sin haberse tratado. Como era un tabú hacerse novios, la desesperación y la barbarie hacían que fuera frecuente que algunos muchachos se robaran a las jóvenes solteras. En esta tertulia se contaron casos dramáticos y casi increíbles de robos de muchachas.
Como aquel caso del muchacho que les echa la mula encima a la mamá, a la hija y a un hermano menor que las acompañaba. Con el miedo, los tres se separan y el jinete aprovecha para lazar a la joven y pica las espuelas de la remuda. Amarra cabeza de silla y, como si fuera un becerro, sin detener la velocidad del animal, va recortando la soga, hasta tener a la joven al alcance de su mano. La sujeta de los cabellos y así se la lleva. Quien sabe a donde la llevó esa noche. Al día siguiente, llegan al rancho de unos parientes. El hombre va a pie, cabresteando la mula; y la muchacha montada en la silla, con la cabeza cubierta, para ocultar su rostro. Llegan al rancho de unos parientes. Y la señora comisiona al niño para que los lleve a ciertas cuevas, donde se esconden por tres días de la ira de la familia ultrajada. La misma señora manda al mismo niño que les lleve de comer al escondite donde iniciaba su vida de pareja este par de jóvenes, que ahora son viejos. Se casaron, tuvieron hijos y después de cincuenta y pico de años siguen viviendo juntos.
Y más historias que resultaron en la tertulia de testimonios del pasado. Esperamos el mes próximo, para continuar el rito de dar la palabra a los señores de aquel tiempo.
Hugo , excelentes historias, mi abuela nos contaba que cuando iban a Guadalajara a caballo a las muchachas jóvenes las vestían con ropa de hombre y se recogían el cabello para que no se las robaran,
ResponderEliminarSaludos
Pánfilo Larios Arellano
Pánfilo:
ResponderEliminar¡Qué terrible! Eran tiempos donde los sentimientos no podían expresarse. El corazón de los jóvenes permanecía cerrado; era mal visto el trato entre muchachos de sexo distinto. Lo prohibido hacía nacer el deseo de arrancar lo que no podía ser de manera voluntaria.
¡Robarse a las muchachas! Eso sueño asunto de vikingos, bárbaros, tiempos de ausencia de ley.
Hay que contarlo para que no vuelva a suceder.
Además, nos comunicamos y nos encontramos en los temas comunes, los temas de nuestro pueblo.
Saludos, Pánfilo.
Mi padre nació en el Teul en el año de 1931. Usted menciona en su articulo al señor Fortino Cortes de Florencia. Mi abuela paterna Porfiria Cortes era de Florencia y quisiera saber si ella era parte de la familia de l señor Fortino.
ResponderEliminar