Volver a la bicicleta

La bicicleta de la adolescencia


Volver a los 17. Volver al cuarto de los triques de la casa paterna y materna. Revisar la bicicleta. Echarle aire. En aquellos años adolescentes era recibir los encargos de las tardes: ve que estén todas las vacas, que no haya portillos, vete con cuidado, cierras bien las puertas. Y salir al camino real en aquel sol intenso de las tres de la tarde.

Tomar la calle Revolución. Hacer alto en el cruce con la calle 16 de septiembre. Por ahí pasan vehículos rumbo a Florencia y eso no es cualquier cosa. Atención, ante todo. Y luego tomar el resto de la calle. Saludar a los pocos vecinos que se cruzan en el camino. Y seguir. Dejar la calle de cemento y tomar la terracería. Llegar al antiguo panteón viejo y bajar rumbo al campo de aviación. 

Envolverse en la bajada, con aquella sensación de libertad. Recibir la caricia del viento de todas las tardes. Experiencia de plenitud. Al frente, el horizonte amplio del valle teulense del sur. Al poniente, los enormes guardias gigantes que son los cerros por el rumbo de Florencia. Al oriente, la vastedad de la Sierra de Pinoscuates.

La bicicleta al centro de este escenario de bordes inmensos que son las sierras del oriente y del poniente. El valle abajo, donde vamos, con un paso suave, lento, precavido y gozoso. Se siente la libertad, se siente la levedad de entrar al corazón del campo. Se siente la vida y la abrazo.

El ganado es manso. Bastan algunos chiflidos, ademanes con las manos y apuraciones con majada seca de ellas mismas. Vacas y becerros rumbo al corral de ordeña. Una vez adentro, se da de comer a animales grandes y chicos. Rastrojo molido y algo de maíz molido, revueltos. Luego hay que sacar las vacas y dejar los becerros que serán ordeñados al día siguiente. 

Nuevamente se aborda la bicicleta. Cruzamos a través de la huella para transitar por el agostadero. Gozo por el camino. Gozo por la certeza de hacer bien las cosas. Alegría que nace del encuentro con el campo, con los animales, con el paseo al aire libre, con el encuentro de nuestra naturaleza animal.  Sencillo trabajo campesino que se realiza desde la niñez.

La cuestarriba es penosa. La bici es pesada y las subidas dejan la marca del desgaste, del cansancio, de la lucha consigo mismo. De plano, en la subida de la junta de los ríos hay que bajarse y empujar la bici a pie.

El rostro se enrojece, delgadas gotas de sudor recorren el cuerpo. La tierra se pega al cuerpo. La cara, las manos, las piernas y los brazos están pegostiosos. Eso es ir al rancho. Hay que guardar la bici. Un agradable cansancio se apodera del cuerpo. Se transpira el gusto de haber ido a aquel lugar tan querido de la niñez. El placer de tomar agua fresca, de manantial. Cansancio que se sacia con el agua que limpia, refresca y alimenta.

Y la tarde sigue. Hay que tomar la mochila con el short, la playera y los zapatos de futbol. Espera otro cansancio y otra entrega en el campo, ahora en el campo de juego. Las maravillosas tardes de futbol en que se gasta la infancia y la adolescencia, en compañía de los amigos que gustan correr tras una pelota y divertirse en el gusto de defender y atacar, ayudarse y sacar a flote las habilidades deportivas, pocas o muchas, según cada caso. Lo importante es gozar del futbol y de la amistad.

Maravillosas tardes teulenses.

Hoy volví a sacar aquella vieja bicicleta y recorrí el mismo viejo camino. La calle Revolución, el panteón viejo (que ya no está), el camino real, el rancho, el regreso, la cuestarriba, el sudor, el rostro enrojecido, el desgaste de la subida, bajarse cuando la cuesta es empinada. Gozar con el campo arriba de una bicicleta. Saciar la sed con agua de manantial, agua filtrada que no ha perdido sus minerales con los procedimientos de purificación.

Volver a los 17. Volver a la naturaleza.


Comentarios

  1. Le mostré la foto de la bicicleta a mi hermano y si se acordó de cuando lo veía en su bici, delgado y solo una vez al año. Ya después no lo vio porque usted se fue a estudiar. Justo en estos días volveré a andar en la bici que mi hermano me está arreglando. Ya hace falta.

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    1. Hace falta volver a la bicicleta. Hace falta volver a los recuerdos. Hace falta volver a los lugares donde sentimos arraigo. Hace falta saber que pertenecemos a un lugar.

      Gracias, Mary, por compartir su sentido de pertenencia a la región y al municipio del Teul de González Ortega. Gracias por compartir sus recuerdos.

      Y qué bueno que también va a volver a la bicicleta.

      Saludos desde su tierra.

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