Permaneced en mí

 S. Juan 15:4-6 Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede  llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros,  si no permanecéis

“Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí (Jn, 15, 4).

La sociedad moderna nos ha enseñado que sólo dentro de nosotros mismos encontramos el fundamento de nuestra identidad. Se nos ha hecho creer que nuestra voluntad es autónoma, que es innecesaria cualquier asidera externa. Basta pensar en nuestros intereses, convencernos de lo que nos conviene y ese es el único cimiento de nuestra vida. ¿Qué te da mejores resultados? ¿Dónde encuentras mayor éxito y más placer y disfrute? Vete por ahí.

Pensar y vivir así nos desvincula de los demás. Por buscar el centro de la vida únicamente dentro de nosotros mismos, en los propios criterios, nos separamos de los demás, de la comunidad a la que pertenecemos.

Y cuando tenemos dificultades nos cansamos, nos agotamos, nos secamos mental, emocional y espiritualmente. Y no nos atrevemos a decir: “ayúdame”.

La rama de la vid no puede dar fruto si se separa de la planta. Así las personas. No podemos dar fruto si nos separamos de la fuente de vida: Dios, Jesús, el Espíritu Santo. Dios es la planta, nosotros las ramas que dependen de esa planta. Depender de Dios no es sumisión, ni esclavitud, ni pérdida de libertad.

El sauce es un árbol del clima templado. Y tiene la costumbre de nacer, crecer y vivir a la orilla de arroyos y ríos. Siempre permanece verde y frondoso, altivo, porque nunca le falta el agua que lo mantiene fresco. Así nosotros. Si fincamos nuestra vida al pie de lo sagrado, seremos como sauces, creciendo al pie de la vida, rozando la piel del misterio y dando la cara a la realidad con la confianza de que Dios va con nosotros y nos invita a buscar el bien, la paz, la verdad, la justicia, el amor.

Permanecer cerca de la vid es lo que nos da confianza: “pedid lo que queráis y lo conseguiréis” (Jn 15, 7). Ese permanecer cerca comienza en la oración. Tener momentos de quietud corporal y de silencio interior, para dejar que la Palabra nos visite, alumbre nuestras tinieblas y fortalezca nuestras debilidades. Este es el principio: “Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Lo demás es cultivar los frutos de la fe, la esperanza y el amor.

 

 

 


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